Tengo, parece ser, tan desarrollado el sentido del amor, que en ocasiones, alguna mujer, en la calle o en el metro, acaso comprando el pan o unas aspirinas, despierta en mi todo un ciclo, un hervir de emociones concatenadas e ineludibles, la primera, siempre viene la curiosidad, intento de mirada discreta, conocerla, desentrañar su secreto, saber qué hay tras esa sonrisa, tras esa mirada triste, qué piensa aburrida mientras mira la ventanilla o se mordisquea una uña. Después, cuando creo comprender algo o sigo atraído por el misterio viene profundo el amor, digo bien, el amor, fluye espeso y telúrico hasta que parece adueñarse del vagón o de la tienda, en ese punto, caminaría un paso y la besaría, seríamos felices en este amor indubitable pues es sin palabras que lo enreden y perfecto de puro irreal, disfrutaríamos ambos de este amor eterno durante uno o dos minutos antes de volver a la engrasada rueda de nuestra vida y olvidar. Luego se marcha, o me marcho yo, y aunque sé que en unos minutos habré olvidado su rostro y nunca la volveré a ver, o que si la veo ya no será ella, aún así la aflicción que me encoge es muy cercana al desamor, a esa angustia que te seca el aire y te hace extraño de tu alrededor, afortunadamente ya he aprendido a sumergirme en las caras desconocidas y al poco rato logro el dulce olvido de la desindividuación urbana, si ya no soy yo, ni amo ni siento. Son éstos, amores fugaces, evanescentes, totales y absurdos, imposibles y perfectos, pero nada puedo ni quiero hacer para remediarlos, hay quien tiene buena vista, o un oído infalible, yo simplemente, amo mucho.
"Sentidos", de Daniel Garcés Roldán.
Si, es así, si nos dejamos llevar de nuestros sentidos y fluimos libremente sin todas las cortapisas de una educación super conservadora.
ResponderEliminarYo también declaro que amo mucho.